Sirius pensó que el verano estaba resultando muy
problemático. No obstante, buscó consuelo en lo único que podía dárselo, y que
últimamente se había convertido en un refugio. Anne Marie.
La había conocido de forma insólita y romántica a
más no poder. A veces cuando a solas pensaba en el asunto, se reía de sí mismo
al verse como un héroe de novela rosa, y habiendo despertado tan inmerecida
admiración por parte de la chica.
En una de sus tantas y furtivas salidas, se encontró
caminando por una calle solitaria cuando escuchó gritos de auxilio.
Automáticamente se llevó la mano al bolsillo interior de su chaqueta y aferró
su varita antes de correr en dirección a los gritos. Mientras lo hacía se
obligó a recordar que estaba en zona muggle,
así que el problema, fuese el que fuere, probablemente debía ser resuelto a
golpes y no con magia. Sin embargo, la situación era bastante comprometida,
porque al llegar a la boca de un callejón que se perdía entre dos edificaciones
que parecían abandonadas, pudo ver a un grupo numeroso de individuos que
concentraban su atención en algo que él no podía ver. Avanzó con cautela y por un espacio entre dos de
aquellos sujetos, pudo ver el bulto de lo que parecía una persona que se
encogía contra la pared del fondo. Se acercó un poco más, teniendo cuidado de
no evidenciar su presencia, y en ese momento la escuchó.
-
Por favor, no
llevo nada de valor, déjenme ir - dijo la voz suplicante de una mujer
-
Te equivocas
amor, llevas “algo” de mucho valor
- dijo otra voz que a Sirius le
resultó en extremo desagradable
-
Por favor… por
favor -
seguía suplicando la chica
-
Podemos hacer
esto fácil o difícil - dijo otra voz
- pero si te decides por la
difícil te advierto que puede ser doloroso. Así que te aconsejo no ponerte
estúpida, solo queremos divertirnos un poco, harías mejor disfrutándolo.
Mientras los demás reían, y la chica sollozaba,
Sirius sintió una ira violenta y el indignante discurso de aquel individuo, le
había producido un asco supremo. Sacó rápidas cuentas, en total eran once, y si
bien era cierto que estaba seguro de poder con aquellos patéticos payasos,
también era cierto que existía la posibilidad bastante segura también, de que
fuesen armados, y aquella era un dificultad un poco más difícil de resolver. De
modo que buscó la posición más ventajosa y que le proporcionase una visión
completa de la escena.
-
Lamento
interrumpir la “fiesta” - dijo en voz lo suficientemente alta como para
que todos escucharan
Todas las cabezas se giraron en dirección a la voz,
pero él estaba oculto entre las sombras.
-
¿Quién anda
ahí? -
preguntó uno de los que había hablado antes
-
Me gustaría
decir que tu consciencia, pero dudo que la tengas - le
contestó
-
¡Sal de las
sombras, cobarde!
-
Es curioso que
el sujeto que en compañía de otros diez, amenaza a una joven indefensa, utilice
el término de “cobarde” en relación a alguien más - y dejó escapar una risa maligna - No estoy muy seguro de que sepas el
significado de esa palabra
-
Seas quien
seas, esto no es asunto tuyo, así que lárgate de una vez.
-
Tengo un
problema con eso - dijo Sirius
- Verás, cuando once mal nacidos
amenazan a una persona que no puede defenderse, eso lo convierte en “mi”
problema.
-
¿Quién te
crees, Superman? - preguntó con sorna el otro
-
No, pero al
menos no soy un payaso como tú. La verdad es que de haber sabido que el circo
estaba en la ciudad, habría sacado entradas, pero veo que son tan patéticamente
malos, que no me perdía de nada.
-
¡Ya me
hartaste! - chilló el hombre -
Sales por tus propios pies o iremos por ti.
-
De acuerdo,
pero te advierto que no me agradan las reuniones concurridas, y podrías
lamentar lo que estás pidiendo.
Mientras hablaba, Sirius había deslizado su varita,
por la manga de la chaqueta de modo que quedaba bien oculta, pero accesible.
Caminó hacia el grupo, y como esperaba su aspecto general causó cierta sorpresa
entre los delincuentes. Con su más de metro ochenta, anchos hombros, cabello
largo y ojos que en aquel momento tenían el color y la dureza del acero, todo
ello rematado con una vestimenta a la que estaban poco acostumbrados, desde sus
botas altas hasta el largo abrigo negro, los dejó momentáneamente paralizados.
Cosa con la que contaba Sirius. Miró a la chica y se aseguró que ella lo
hubiese mirado bien, levantó imperceptiblemente la mano en dirección a ella y
susurró un ¡DESMAIUS! Mientras la chica perdía el conocimiento,
viró un poco la mano hacia el grupo y ahora susurró: ¡DEPELLO! Seguido de: ¡COLLISUM! Los individuos salieron despedidos y luego
colisionaron violentamente contra la pared. No por haber sido susurrados,
aquellos hechizos habían resultado menos efectivos y fulminantes.
Los dos que quedaban de pie y que eran los que
habían estado hablando, miraron a sus compinches y luego a Sirius. Sin duda
alguna estaban confundidos y tal vez asustados, pero no perdieron tiempo en
apuntarlo con un par de automáticas.
-
Muy
impresionante - dijo uno de ellos - Y no
me interesa cómo lo hayas hecho.
-
Pues
debería - se limitó a decir Sirius -
porque te lo advertí.
Fue perfectamente audible cómo sacaban el seguro a
las armas y Sirius sonrió.
-
¡EXCISUM!
Las manos de los hombres fueron limpiamente
separadas de sus brazos y a continuación comenzaron a chillar sujetándose los
muñones sangrantes y aún en estado de shock comenzaron a correr. Por un breve
momento Sirius consideró detenerlos y borrarles la memoria, pero llegó a la
conclusión de que no valía la pena, porque difícilmente alguien les creería. Se
aseguró del estado de los otros que seguían sin sentido en el piso y luego se
acercó a la chica. Lo primero era sacarla de allí, de modo que la alzó en
brazos y se desapareció con ella hacia un lugar más seguro.
Aparecieron en una plaza muy poco concurrida a
aquella hora y Sirius procedió a devolverle el sentido a la chica. Ella abrió
con lentitud los ojos y los recuerdos volvieron de pronto. Con rapidez Sirius
le tapó la boca al ver que ella comenzaría a gritar.
-
Tranquila - le
dijo -
No voy a hacerte ningún mal, si te fijas bien, soy el sujeto que
intentaba sacarte de la situación en la que te encontrabas.
Ella aún tenía los ojos desorbitantemente abiertos,
pero él vio que lo había reconocido.
-
¿Prometes no
gritar? - preguntó en tono divertido y ella
asintió - Bien, voy a retirar la mano ahora
Después que lo hizo y mientras la chica lo miraba
con una mezcla extraña de incredulidad,
miedo y agradecimiento, él se permitió examinar el aspecto de ella por primera
vez. Era bastante joven, unos veinte o veinticinco años como mucho, cabello
rubio, ojos azules (y asustados), y grácil figura. Luego de varios minutos, él
elevó una ceja.
-
¿Y bien? -
preguntó - Me consta que no eres muda, así que me
gustaría que me dijeras cómo te sientes y que me indiques un lugar seguro dónde
pueda dejarte.
-
Estoy… bien…
gracias - dijo en tono inseguro - y
puedo llegar sola a mi casa.
-
No lo dudo,
pero no creo que sea prudente. Es tarde y las calles como acabas de comprobar,
no son muy seguras para jóvenes solas. Así que dime dónde vives y te acompañaré
hasta allá.
La chica le indicó una dirección y Sirius maldijo
para sus adentros, estaban al otro de la ciudad, de modo que no podían ir
andando y a menos que la aturdiera de nuevo, eso descartaba la posibilidad de
desaparecer hacia allá. De modo que se puso de pie, le extendió la mano para
ayudarla a levantarse y comenzaron a caminar hacia la calzada en busca de un
taxi. Mientras caminaban, Sirius se preguntó qué demonios hacía esa niña tan
lejos de su casa en un lugar tan poco recomendable y a esas horas. Y como no le
gustaba quedarse sin respuestas comenzó el interrogatorio.
-
¿Cómo te
llamas? - pero como demoraba en contestar insistió -
Supongo que tienes un nombre ¿no? Usualmente es lo primero que nuestros
padres nos dan, aunque a veces no sean los más acertados -
bromeó
-
Anne… Anne
Marie -
dijo finalmente
-
Bien Anne
Marie, mi nombre es Sirius Black - dijo en una tardía presentación - Y
dime Anne Marie ¿qué demonios hacías en aquel apestoso lugar?
-
Trabajo cerca
de allí - dijo ella
Sirius abrió mucho lo ojos y la miró con
detenimiento. Siendo como era, un incansable buscador de diversión, sabía que
ninguno de los lugares en los que podría “trabajar” una chica en aquella zona,
podrían llamarse apropiados. Y por mucho que lo intentó, no logró imaginársela
en ninguno de ellos. Sin embargo, ya había llegado muy lejos como para detenerse.
-
Conozco
bastante bien esa zona - le dijo
- ¿Dónde exactamente?
Pero aquella jovencita para ser mujer, pensó Sirius,
se mostraba muy poco comunicativa. En su experiencia y ésta era bastante
nutrida, lograr que una mujer permaneciese mucho tiempo en silencio requería de
varias cosas, y como no estaba empleando ninguna de ellas, le sorprendía mucho
tan obstinado silencio.
-
Sigo
esperando - le recordó, pero ella lo sorprendió con otra
pregunta
-
¿Por qué me
ayudó? -
le preguntó - No muchos lo habrían hecho
-
Ah no sé. Tal
vez es mi insana manía de meterme donde no me llaman, pero me pareció que
estabas en apuros ¿Acaso me equivoque?
-
No - dijo
escuetamente
Llegaron a la parada de taxis, se subieron a uno y
le indicaron la dirección, Sirius corrió la ventana y se volvió hacia Anne
Marie.
-
¿Y bien, me
dirás o no, dónde trabajas?
-
¿Para qué
quiere saberlo?
-
No es muy
inteligente contestar a una pregunta con otra
- pero aquella criatura era
obstinada - Tal vez vaya por allí algún día, o necesites
ayuda nuevamente.
-
Puedo cuidarme
sola señor Black, gracias
-
Oh sí, ya he
comprobado tus capacidades al respecto. Así que tengo mi propia opinión en
relación a tu éxito en esa área.
Detectó un fugaz brillo de ira en los ojos azules y
se alegró al comprobar que estaba lo bastante viva como para molestarse.
Finalmente y luego de mucho insistir, logró que le dijera dónde trabajaba y que
era mesera en ese lugar. Aunque el local le seguía pareciendo poco
recomendable, la información de que era mesera
no sabía por qué, lo tranquilizaba. Llegaron al lugar, bajaron del auto,
Sirius pagó y despidió al taxista, y luego se volvió hacia la chica.
-
¿Por qué lo
despidió? No le resultará sencillo
encontrar otro a estas horas por aquí
- dijo ella y lo miró con
aprensión
A Sirius no le cabía ninguna duda de ello, pero
aunque ella obviamente no lo sabía, no necesitaría de un taxi para regresar.
Pero al darse cuenta del temor de la chica, casi estuvo a punto de soltarse a
reír.
-
Descuida,
encontraré el modo en cuanto me asegure de que entras sana y salva a tu
casa -
le aseguró
Echó un vistazo alrededor y se sintió deprimido.
Todo allí era gris y sombrío. Ella caminó hacia la entrada de un pequeño
edificio cuya pintura estaba descascarándose por diferentes áreas y no muy
lejos un cubo de basura parecía ser el lugar de reunión de varios gatos. Ella
introdujo una llave en la cerradura de la puerta y ésta chirrió de manera
escandalosa.
-
No tengo modo
de agradecer lo que ha hecho por mí, y siempre estaré en deuda con usted señor
Black -
le dijo
-
Descuida, solo
cuídate - y después de mirarla un par de segundos -
Adiós Anne Marie.
-
Adiós señor
Black -
le dio la espalda y entró dejando que la puerta se cerrara con su odioso
chirrido.
Sirius permaneció aún un rato más parado allí y de
pronto se sintió viejo, solo y vacío. Pero después de unos minutos desechó
aquellos pensamientos.
-
¡Al demonio con
todo! -
exclamó
Caminó unos cuantos metros y se desapareció. Pero a
partir de aquel día, no dejó de acudir al lugar donde ella trabajaba cada vez
que salía, así como no dejaba de acompañarla a su casa una vez que terminaba su
turno. Al principio no conversaban mucho, pero poco a poco fue contándole
fragmentos de su vida. Era hija única, su padre había muerto cuando ella tenía
dieciséis años y su madre sufría de una enfermedad degenerativa que la había
obligado a dejar de trabajar, obligándola a ella a hacerlo para poder comer. No
le había resultado fácil encontrar un empleo siendo menor de edad, pero
finalmente el dueño del lugar donde trabajaba, a quien calificaba de “un hombre
bueno y comprensivo” le había dado una oportunidad y desde entonces trabajaba
allí. Su salario no era
extraordinariamente bueno pero les permitía vivir más o menos al día.
Un día que ella no había ido a trabajar Sirius se
preocupó y se presentó en su casa. Resultó que era su día libre pero lo invitó
a pasar por primera vez al minúsculo departamento y Sirius pensó que se
asfixiaría en aquel lugar. La sala, el comedor y la cocina estaban
prácticamente uno encima de otro. Disponían según pudo notar, de una sola
habitación, e imagina que de un solo cuarto de baño. Todo estaba limpio y en perfecto
orden pero todo era viejo o de mala calidad. En algún lugar sonaba lo que
identificó como un radio, pero la recepción era mala.
-
A mamá le gusta
escuchar música - dijo
- es lo único que parece recordar -
agregó con tristeza
Sirius se tomó el café que ella le había ofrecido,
pero no fue capaz de permanecer más tiempo. Salió de allí en un estado confuso
de depresión, ira y frustración. Pasó los próximos dos días de un humor
asesino. En Grimauld Place se
preguntaban qué le sucedía, ya que pasaba más tiempo en compañía de Buckbeak que compartiendo con los demás
miembros de la casa. Pero nadie logró averiguarlo, mientras Remus suponía que
era por la próxima partida de Harry y los chicos, y lo pensaba porque él mismo
no estaba mucho mejor.
Pero al tercer de día de estar sintiéndose
miserable, Sirius salió a la insólita hora de las ocho de la mañana para gran
consternación de Molly Weasley.
-
Remus - le dijo a Lupin cuando este apareció en la cocina - Hay
que hacer algo con Sirius
-
¿Qué hizo
ahora? -
preguntó Remus con resignación
-
Ha salido
-
Molly - dijo
con paciencia - entiendo que te preocupes, pero Sirius no es
un niño aunque se comporte como tal, y aparte de que habitualmente sabe
cuidarse, en las noches no corre tanto peligro…
-
Remus - lo interrumpió
ella -
ha salido “ahora”
Por un momento él no entendió, pero cuando lo hizo
sintió verdaderos deseos de matar a su amigo y tendría que contenerse mucho
para no hacerlo cuando lo tuviese al frente.
Sirius había salido tan temprano con un propósito y
no pensaba detenerse. Luego de conseguir lo que estaba buscando y que todo
estuviese como él quería, decidió ir por Anne Marie. Sabía que su turno
comenzaba a las cinco de la tarde, de modo que aún estaría en su casa y hacia
allá se dirigió. Ella lo recibió con extrañeza y alegría, porque a raíz de su
visita de hacía dos noches, había tenido la impresión de que no volvería a
verlo.
-
Vengo a hacerte
una propuesta - le dijo
-
¿Una
propuesta? - preguntó con suspicacia - ¿De
qué clase?
-
Por favor, cualquiera
que te escuchase pensaría que voy por allí haciendo propuestas indecentes a
jovencitas inocentes
-
Lo siento - dijo
ella
Realmente no había nada en aquel hombre, al menos
para Anne Marie que desconocía del todo su vida, que justificase su aprensión. Hasta ese
momento Sirius se había portado con una corrección intachable, pero la fuerza
de la costumbre de verse obligada a rechazar toda clase de “propuestas”, la
había hecho reaccionar de ese modo.
-
Bien, es un
asunto de trabajo, si te interesa claro está
-
¿Un
trabajo? - preguntó con incredulidad, pero luego lo
pensó mejor - Sabes que no tengo preparación para…
-
No necesitas
ninguna - la interrumpió él -
Verás, tengo una propiedad de la que no puedo hacerme cargo, de modo que
necesito de alguien que lo haga.
-
No
entiendo - dijo
- ¿Algo así como un ama de llaves
tal vez?
-
No exactamente,
más bien alguien que viva en ella y se haga cargo de que el servicio haga lo
que debe y que la casa no se deteriore. Es una casa relativamente grande y está
en una zona rural.
-
¿Solo eso?
-
Sí, solo eso.
Estoy dispuesto a pagar bien - él se había tomado la molestia de averiguar a
cuánto ascendía su salario y lo triplicó de modo que no le resultase fácil
rechazarlo, y luego preguntó conteniendo la respiración - ¿Te
interesaría?
Ella aún lo estaba mirando con los ojos muy
abiertos, pero unos segundos después se había lanzado irreflexivamente en sus
brazos y dándole un beso en la mejilla le sonrió con verdadera alegría.
-
Claro que
acepto -
le dijo feliz
Aunque él se sentía tan feliz como ella, se
desembarazó del meloso agradecimiento.
-
Basta niña - dijo haciéndose el irritado
- ¿Cuándo debería comenzar?
-
Ahora mismo
-
¡Oh! Pero debo avisar, no puedo irme así
Aunque Sirius tenía toda la intención de protestar,
decidió prudentemente guardar silencio y se ofreció a acompañarla. Ella habló
con el que hasta ese día sería su jefe, le agradeció por el tiempo que estuvo
allí y luego salieron. Era temprano aún, de modo que ella se ofreció a
prepararle una cena en agradecimiento, pero él se negó y luego de pensarlo un
poco y calcular los posibles riesgos, la invitó él a ella.
-
Soy yo el que
está agradecido, así que imagino no tendrás inconveniente en aceptar ir a cenar
conmigo.
Ella aceptó y se dirigieron a un lugar que ofrecía
servicio al aire libre. Una serie de mesas dispuestas en un jardín iluminado
por lámparas chinas, le pareció a él un buen lugar, además de que estando en el
mundo muggle, no corría tantos
riesgos de ser visto por ningún mago. Aún así, si Remus o cualquiera de los
miembros de la Orden se enteraba, se iba a ganar una buena bronca. Pero de
momento decidió ignorarlo.
Cuando Sirius regresó a su casa aquella noche, se
sentía feliz por primera vez. Las cosas habían salido tal y como las había
planeado desde esa mañana cuando fue en busca de una propiedad en el campo que
se ajustara a lo que necesitaba. Y ahora Anne Marie podría vivir allí tranquila
con su madre y él volvería dormir tranquilo.
El asunto es que no estaba ni cerca de conseguir esa
tranquilidad, porque la verdad era que Sirius Black había perdido la cabeza por
aquella chica y ni cuenta se había dado.
Uno de esos tantos días en los que se sentía triste
y abatido, y que no quería bajo ningún concepto estar en Grimauld Place, se fue a ver a Anne Marie.
La chica notó que algo le sucedía pero no logró que
se lo dijera. Sin embargo, hizo cuanto estuvo en su mano por hacerlo sentir un
poco más alegre. En un momento dado mientras paseaban por el jardín, por ir
distraída contándole acerca de algo que necesitaba una reparación, tropezó y
estuvo a punto de caer pero él la sujetó por la cintura y en ese momento el
mundo cambió de color.
Sirius fue repentinamente consciente de que lo que
más deseaba en el mundo era besar aquellos labios. Y Anne Marie, que desde
hacía mucho tenía locos sueños en los que se veía en los brazos de aquel sujeto
alto que había llegado de improviso a su vida, contuvo la respiración y se dijo
que debía estar en uno de esos sueños. Pero cuando los labios de Sirius
descendieron sin poder evitarlo sobre los de ella, la descarga eléctrica que se
suscitó apagó todo pensamiento racional en ambas mentes. Pero lo que comenzó
siendo una caricia inesperada, se convirtió en una necesidad desesperada. Las
expertas manos de Sirius apartaron todo posible obstáculo que lo separase de lo
que constituía en ese momento lo único
que le interesaba en el mundo. Recorrió cada centímetro de su piel y cada
rincón de su cuerpo hasta hacerla gritar de deseo y sin consideración alguna,
invadió su interior con la plena seguridad de que nadie más lograría nunca
quitarle su posesión. Se elevaron a las alturas del placer para luego descender
uno en brazos del otro y terminar apaciblemente mirándose a los ojos y sin
necesidad alguna de decir lo que éstos ya se gritaban en silencio.
A partir de aquel día sus vidas cambiaron, pero no
sabían cuánto más podían hacerlo todavía.
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